Encajadas o el juego de la literatura
“Encajadas”, de Pedro Luis Menéndez (Gijón, 1958), es una novela coral, un canto polifónico donde podemos escuchar muy diferentes voces y registros, donde los actores secundarios se convierten en protagonistas de algunas páginas y nos hacen navegar por caminos distintos y soñar.
Uno de sus protagonistas dice: “Escribir es dar vueltas hasta marearse para luego detenerlo todo y esperar”. Parece que el propio autor suscribe estas ideas y ha hecho esto con este libro, a mitad de camino entre novela y relatos, un género híbrido, una especie de injerto y un juego literario que es también un homenaje a Cortazar.
Hace ya bastante tiempo que los géneros literarios han experimentado hibridaciones, cambios, mezclas entre unos y otros, traspasando las fronteras del relato o la novela, mezclándose continuamente. Esta obra de Pedro podría ser incluso un género nuevo, lleno de injertos, como las plantas, tal vez una novela hecha de relatos, adoptando todos los tonos posibles: el humor, la tragedia, la ironía, dando voz, de la forma más democrática del mundo, como si los escuchara, a los personajes secundarios, que por unos momentos se convierten en estrellas.
Estas páginas son también un homenaje y una metáfora del gran número de colores y matices que ofrece el mundo. Podemos imaginar un coro lleno de componentes, de voces donde ninguna es más importante que otra, pero en un momento dado dan un paso al frente y nos cuentan su historia personal. Así está escrito “Encajadas”, recordando y admirando la variedad y polifonía del mundo, como un gran fresco social, que el autor ha creado a modo de juego, pues es evidente que le gusta jugar, que ha disfrutado enormemente escribiendo estas páginas.
No solo es un juego con el lector, sino consigo mismo, pues se da rienda suelta para imaginar…¿qué ocurriría si le doy la palabra a este personaje secundario? ¿cómo sería su historia? ¿qué podría contarme y contar al lector? Ahí, el reino de la imaginación convierte al escritor en un escriba al dictado de esa especie de reina, le confiere el don al autor de poder aún maravillarse, de poder jugar, esto es, de poder seguir siendo un niño.
Hay elementos comunes, un denominador común entre todos los relatos: son las cajas que aparecen en cada uno de ellos, cajas donde unas historias se encierran dentro de otras y parece que todas encajan en la última caja, la caja madre, o la última matrioska, como podríamos decir, tal vez situada en el último relato, el de la escritora.
El lector podrá encontrar en estas páginas diez relatos donde aparecen personajes comunes, personas corrientes: un taxista, un conductor de bus, una higienista dental, profesoras de instituto, un guardia civil, etc, que tienen sus propias historias y nos las cuentan.
Los lectores encontrarán este un viaje apasionante y sorprendente. A cada vuelta de capítulo, les espera una nueva experiencia, una provocación, un juego.
Les aconsejo que abandonen toda idea preconcebida de lo que es una novela, un relato, una historia, porque este volumen les hará el regalo de llevarles a terrenos desconocidos donde nada es lo que parece.
Será un viaje apasionante, como digo, y también un viaje sin respiro, un dar vueltas y vueltas hasta marearse, hasta saciarse de sus miles de sabores distintos, de sus historias con tonos tan diferentes y fascinantes, porque podrán conocer por dentro las mentes de personajes que normalmente son solo secundarios, como un guardia civil que simplemente estaba ahí, o un taxista que lleva a una persona en su coche unos minutos. Dar voz a quien no la tiene, permitirle que en un momento dado sea importante es, como digo, lo más democrático que hay.
Leyendo “Encajadas”, Pedro nos hace dar vueltas y vueltas, de una historia a otra, podríamos decir de una caja a otra, de un personaje a otro, hasta llegar casi a marearnos para luego hacer que nos detengamos y esperar. Esperar a ver qué sucede en nuestras cabezas con este recorrido que nos propone, con este viaje de la literatura en el que el autor ha disfrutado tanto o más que nosotros, pues se ha permitido la libertad absoluta para jugar a lo que más le gusta: el juego de la literatura.
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