Un libro para la esperanza
Un libro para la esperanza
Comienza este libro de Javier Almuzara (Oviedo, 1969), “Esperanza de vida”, con un recuerdo emocionado a Claudio Rodríguez, a su don de la ebriedad, y también una declaración de principios y una poética. Se declara el autor “romántico ilustrado”, y establece la belleza, lo bello, como la música o la poesía, como su faro en la vida, esa luz habitable que permite llevar la vida a su más alta graduación.
Enamorado de la música, melómano empedernido, el autor dedica a ella poemas iniciales, y también a esa música sin sonido, el silencio, en algunos versos que conmueven, como cuando se refiere a
“esa delicadeza de los muertos
para no entristecernos
contándonos lo suyo”.
Por estas páginas pasean compositores que el autor ama, como Vivaldi. Expresa su falta de fe y sin embargo su creencia ferviente en la música, que viene a salvarle, a escuchar sus mensajes de auxilio, cuando dice:
“Y, escuchando El Mesías,
hoy vino a verme Dios”.
Quiero referirme también a bellos poemas, como “Piedad”, donde el protagonista es un humilde gorrión, un gorrión capaz de sentir compasión por el ser humano, aún más pequeño que él, en una muy lograda comparación entre dos seres frágiles, limitados.
Encontrará el lector poemas exhortativos y muy logrados, como “El secreto del éxito”, donde el poeta se parece a nuestra conciencia, que nos apremia a no perder la vida y nos dice verdades incontestables:
“El tiempo nunca corre a tu favor,
ni espera por quien tarda en darse cuenta
de que lo bueno siempre se presenta
mientras sin premio aguardas lo mejor”.
Continúa después Javier con su especial versión del carpe diem de Horacio, y nos da un consejo importante: “Haz de hoy toda tu vida”.
Porque es imprescindible “tomar este cordial presente” y así
“vivirás para siempre solamente
en la eternidad joven del instante”.
Tiene una especial habilidad para hacernos pasar de lo grave a lo gracioso, para quitar hierro a lo duro sin dejar de exponerlo, como en el “tango del desalojo”, donde la noción de la pérdida continua que es la vida se expone con dureza.
“La vida, ese continuo decomiso,
te quita hasta las ganas de vivir”,
nos dice y entristece con su verdad, para un momento después hacernos sonreír en medio de la desolación:
“¿Dónde queda aquel cuerpo de sarao?
Y encima me han quitado lo bailao”.
Sobre su falta de fe en el más allá, su descreimiento, también ha sabido construir belleza, hasta para expresar su idea de que no hay nada: “nada por aquí, nada por allá”, como dice en uno de sus poemas.
Sabe hacer poemas sobre el sentimiento de hastío, de aburrimiento, que a todos nos embarga de vez en cuando, cuando con él decimos:
“No me aguanto a mí mismo
dando vueltas por la casa”.
Encontrará el lector perlas en este libro, donde sabe trabajar las palabras, el lenguaje, como un orfebre, para decir lo máximo con lo mínimo, como:
“El parpadeo
cierra y abre el telón
a un mundo nuevo”.
A Javier le escuché decir una vez algo que muchos pensamos, que solo la vida no basta, por eso el autor escribe, porque la vida auténtica se encuentra allí, en la literatura, por eso dice, después de observar el mundo en un poema, en “Intentarlo de nuevo”:
“Y yo vuelvo a buscar, sobre el papel,
la vida de verdad, definitiva”.
Conoce bien el poeta la vida literaria, y no deja de tener su chispa irónica y compasiva el repaso que da a algunos:
“Fue el más grande poeta
que jamás ha existido”,
para terminar diciendo:
“Fue el más grande poeta, en cuerpo y alma,
pero no por escrito”.
Hay otro breve poema que es toda una poética y una definición perfecta de por qué escribimos:
“Qué rara la poesía,
esta costumbre mía
(siempre que estoy en vena)
donde se hace la pena
motivo de alegría”.
Al lado hay poemas juguetones, que son como un breve beso en la mejilla del lector, como aquel que empieza por:
“Quiero ser el zarcillo
que te acaricia
y decirte al oído
cuatro malicias”.
Además de un romántico ilustrado, yo diría que el autor es un optimista impenitente, que sitúa la esperanza también en el recuerdo del pasado, y parece una canción cuando dice:
“Si sabe dios cómo será el mañana,
nos aguarda un ayer maravilloso”.
Debo terminar mi intervención llevándole la contraria al autor, que se confiesa un ateo, un descreído, y sin embargo yo afirmo que es el más fervoroso de los creyentes, pues pone su vida en manos de la poesía, recordando a Rilke, cuando dice:
“Pero del verso es la última palabra
y aquí esperamos la resurrección”.
Javier Almuzara ha elegido un título muy logrado para este libro de poemas, pues al final de su lectura es posible darnos cuenta de que estas páginas son una afirmación de que existe la esperanza y una celebración por todo lo alto, exultante, de la vida.
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