La luz pensativa







Un viaje interior 

 Isabel Marina 

 JOSÉ CEREIJO
 La luz pensativa 
Editorial Pre-textos, 2021 


 En Ítaca creemos que la poesía ayuda a vivir, pues permite la identificación de los lectores con la expresión emocional de los poetas, reconocerse en los versos de otros, los grandes poetas que ayudan a desvelar el corazón humano. Hay además libros de poemas que muestran desde su primera página ese deseo de transmitir ideas y emociones con la intención de ayudar al lector a algo tan importante como reflexionar sobre sí mismo, como el magnífico libro de José Cereijo, titulado La luz pensativa. Desde el primer poema, el libro promueve la reflexión del lector. Para ello, hay que olvidar todo ruido y buscar el silencio, lo más cercano a la palabra poética. Solo el silencio nos permite llegar al mensaje de lo que nos rodea: “No hables del ruiseñor / cuando canta. Demasiado se ha dicho. / Piensa en él cuando calla, / cuando habita en el frío, / cuando ya nada tiene que decir, / cuando sólo es él mismo”. Para empezar a ahondar, hay que sentar las bases, fijar el contexto propicio y la estructura de este viaje que nos propone Cereijo, un viaje hacia nosotros mismos. Sólo el silencio y la soledad reflexiva pueden llevarnos al conocimiento de la luz reveladora. Ir cumpliendo etapas, madurar, es ir despojándose, desnudándose, para quedarse en lo esencial, para volverse, en definitiva, más lúcidos. A eso contribuye la poesía, si sabemos leerla y realizamos ese ejercicio de humildad, de reconocernos en lo esencial: “Con esos pocos árboles / que se ven desde aquí, / y unos trozos de casas y de cielo, / y unas pocas personas (algunas ya no viven) / en las que pensar, a las que querer, / y unos cuantos recuerdos / bien puede hacerse un mundo…” Es necesario comprender que las tormentas, el dolor, ese “viento que no respeta nada”, nos afectan a todos, porque es así como está hecho el mundo y debemos aprender a vivir con ello. En medio de todo este vendaval que es nuestra vida y nos da tanto miedo, se producen pequeños milagros que no sabemos apreciar, como la caída de una hoja de un árbol, una hoja que ha necesitado todo el tiempo del mundo para llegar a caer, sin que lo veamos ni nos demos cuenta de esa humilde maravilla: “Y tú vives así, en medio de cosas que son únicas, / fugaces irreemplazables / y no te conmueves”. Junto a la atención a lo pequeño que nos rodea, se necesita asumir la realidad personal, que este puerto en el que ahora estamos es el adecuado y único, dejándose de frustraciones, aceptando lo que somos, celebrando la vida. Esto es lo único importante, estar aquí y ahora, sin reprocharnos nada a nosotros mismos ni al mundo: “Que hasta que no lo consigas, no habrás / empezado a vivir”. Si se cumplen todas estas premisas, este andamiaje preciso para que podamos encontrarnos con nosotros mismos, podremos al fin estar en condiciones de apreciar una luz distinta, que nos ayude a reflexionar: “Que no define ni interroga: sólo / acaricia y medita, / y tal vez sueña”. Esta luz nos invita a una verdad más íntima. Son innumerables las lecciones y revelaciones que nos ofrecen las imágenes más sencillas, que ocurren a nuestro lado sin que nos demos cuenta de su fulgor, de su poesía, entendiendo por poesía esa verdad y esa belleza de la que hablaba Keats, como la belleza que se encuentra en los seres que el ser humano desprecia, la de esa rata oscura que cruza un momento el sendero del parque, de la que nadie se acordará, salvo para maldecir, que ofrece a Cereijo una auténtica lección de poesía. Si sabemos ver con ojos tranquilos, sin juzgar, lo que ocurre a nuestro alrededor puede enseñarnos a reconocernos de forma callada, humilde: “En ese viejo al que has visto pasarse / horas sentado al sol, / tranquilo, casi inmóvil, en serena / intimidad con las cosas y consigo mismo, / indiferente al tiempo que le acecha, / adivina / algo que no conoces, / una sabiduría que quisieras traer / no sólo a tus palabras, sino a tu corazón, / a tu tiempo, a tu vida”. La observación tranquila, sin juicios, nos lleva aun tipo de reflexión que es una meditación y nos hace conocer realidades que se escapan a la visión rápida con la que solemos afrontar nuestros días. Si practicamos otro tipo de mirada, más lenta, pausada, podemos llegar a secretos que normalmente están velados a nuestros ojos: “Y comprenderlo / es saber respetar ese silencio, / el misterio que son también, ese interior / reservado, ese tempo / con su llama encendida, / y esa verdad tan íntima que evoca”. Podemos alcanzar la serenidad si asumimos la realidad de las cosas tal cual es, como la esencia de la piedra, que simplemente es, como la ausencia y las pérdidas de los que amamos, como el hecho inevitable de la muerte, que “no hace más que cumplir con su trabajo”. La atenta observación de lo que nos rodea, de los seres más humildes, también nos proporciona motivos para la esperanza, como ese árbol que creíamos seco y de repente le han crecido dos o tres hojas mínimas. Esos son los pequeños milagros que se producen cada día. No podemos, por ello, desfallecer o caer en el nihilismo. Cada pequeño ser a nuestro lado nos da lecciones para la esperanza: “Oyes / el piar lejano / de un pájaro, probablemente un gorrión. / Si él celebra estar vivo / en este frío invierno, / ¿por qué no habrías tú de compartir con él / esa celebración? Déjate / enseñar entonces / por esa dura persistencia suya. / Déjate persuadir por su verdad”. Debajo de todas estas verdades en las que habitualmente no nos detenemos, que no queremos ver, laten algunas conclusiones que son una advertencia para el lector, un recuerdo de que debemos aprovechar nuestra vida: “Piensa en lo que darías / cuando se esté acabando / el tiempo, y solo queden ya los posos / amargos en el vaso, / por estas horas, y por estos días, / que ahora ves pasar, indiferente”. La poesía es una forma de conocimiento, una forma de tratar de expresar el misterio, lo inexpresable. Los versos surgen de la intimidad a la que es casi imposible acceder en el fragor cotidiano, del silencio que es el origen de las cosas, de ese silencio meditativo al que este libro nos convoca para llegar al conocimiento de nosotros mismos: “Arrancar al silencio / algunos versos, pero / que no olviden su origen, / que sigan resonando / al íntimo vacío, / esa secreta herida / de donde se extrajeron”. Ante la necesidad de conocer la esencia de la vida, se impone la poesía con su verdadera utilidad, la de revelar la imagen de la luz, de esa luz pensativa. La poesía, que Mircea Cartarescu considera lo único incorruptible por su falta de utilidad, nos acerca a la realidad que subyace: “Si no aprendes aquí / a ver, a interpretar / a sentir lo real, / ¿dónde lo harías?”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Poesía que ilumina y abrasa, por Isabel Marina

Vivirá tu tierra, por Isabel Marina

Comprender para ser libres, por Isabel Marina