Porque no hay tiempo para nada- Cuaderno de Lucía
PORQUE NUNCA HAY TIEMPO PARA NADA Cuaderno de Lucía Eduardo Gregori Ediciones de la Isla de Siltolá, 2022 Pasar la barrera de los cuarenta años supone para muchas personas realizar un ejercicio de reflexión sobre la propia vida. Cuando demás se tienen hijos, y se es poeta, como ocurre con Eduardo Gregori (Valencia, 1977), se puede sentir la necesidad de reconocerse y dejar por escrito las lecciones y el aprendizaje como legado a los que nos siguen. Este bello Cuaderno de Lucía es un ejemplo de lo que digo. La constatación de que “No hay tiempo para nada, nunca hay tiempo. / Vivir es alentar en un minuto / que se nos va escapando de los dedos”. (“Letanía”) lleva al poeta a la meditación sobre su propia vida y la de los otros. No se conforma Gregori con ser feliz en un momento concreto. A la manera quevediana, predice el futuro de una posible ruptura sentimental, lo imagina, escribe el funesto presagio, la cercanía de la sombra tras la luz: “Pensaba en lo feliz que soy contigo, / en lo bien que nos va, / en lo que nos queremos / y en cómo he de extrañarte / cuando ya te hayas ido”. (“Cuando ya te hayas ido”). Un sentido existencialista de la vida lleva al poeta a la comprobación de la imposibilidad de comunicarse, de llegar a otro, a la realidad de que todo puede llegar a ser un soliloquio, un hablar con uno mismo, que también convierte en poesía: “Yo quiero hablar contigo, / pero siempre hablo solo” (“Monólogo”). El tedio, el hastío, protagonizan varios poemas de la parte primera del libro, titulada “Los signos desvelados”. La cotidianeidad del amor, el aburrimiento, el paso del tiempo inexorable, que socaba y desgasta sentimientos y pasión, le hace escribir: “Este lento ir pudriéndose, / esta maceración de la carne en el alma, / este hastío infinito, este hasta cuándo”. (“Punto final”). También ofrece este libro varios haikus, y uno en concreto recuerda la presencia vivificante de Lucía, la hija y destinataria final de la obra, que es un consuelo y bálsamo para la desolación existencial: “Todo es sencillo: / mi niña se adormece / en mi regazo”. La certeza de no poder realmente comunicar con el otro, de llegar a conocerle realmente, no impide que el poeta se esfuerce por llegar a su corazón en versos que conmueven: “Compañero en la herida de estar vivo, / no sé cuál es tu nombre. No creo que jamás / te llegue a conocer”. (“Palabras a un extraño”). La inercia de seguir viviendo por rutina, sin ilusión, inspira a Gregori algunos versos, parafraseando aquel “sucede que me canso de ser hombre”, de Neruda: “Sucede que me canso, simplemente, / voy hablando conmigo y no me escucho, / una cita diaria de ser hombre, / la vida es un querer”. (“Cantinela”). El poeta sabe que a todos nos aguarda el mayor de los misterios, que estaremos ciegos mientras no lleguemos allí, que toda mirada es inútil, pues no alcanzamos a ver lo esencial, lo que hay después de la muerte: “Lo que llamo mirada y es tristeza / es la huella de un paso que enmudece las sombras, / es la brama del mar de tierra adentro, / es quererse morir para ver todo claro”. (“Lo que llamo mirada”). La última sección del libro, “Rituales de la luz”, trata de enfocar esa mirada para que contemple lo esencial, para que llegue a las verdades, revelándolas. El poeta imagina su propia muerte, su desaparición y transformación en una foto más del álbum familiar: “¿Y qué dirán de mí? / ¿Qué olvido seré yo? / ¿Qué incómodo silencio duraré / hasta que la piedad o la impaciencia / les obligue a pasar, por fin, de página? (“Álbum de fotos”). La paternidad, la hija que inspira el título de este hermoso libro de poemas, alienta a Gregori, da sentido a su vida, le saca de sus divagaciones y del sufrimiento, le concede el motivo para seguir viviendo y el mayor de los dones, la alegría: “Como bandera, / el ruido de la risa / de mi Lucía”. (“Paternidad”).
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