Escribir, escribir siempre, por Isabel Marina

CARLOS CRESPO 
Las calles de la existencia 
Anima Ignis Ediciones, 2023 


 La ciudad es el eje vertebrador del nuevo libro de poemas de Carlos Crespo, titulado Las calles de la existencia. Desde el comienzo se hace mención a la ciudad de ciudades, Madrid, con una fotografía nocturna. La noche inspira al poeta recogimiento y meditación en forma de versos.

 “Calle de Atocha” habla al lector del desencanto, la tristeza, la lluvia, las lágrimas. El poema recuerda a la novela negra, que se menciona expresamente, y aún más a esa obra maestra del cine español, Cielo negro (1951), dirigida por Manuel Mur, ambientada también en Madrid. Esta ciudad es la protagonista de la existencia de Crespo: “Ya no te ando, te camino / ya no te busco, te encuentro”. 

 El recorrido de las calles es siempre búsqueda sin respuesta para el poeta, que no sabe qué dirección tomar, pero sí sabe que el propio camino es el sentido: “Caminar por el vacío, / quebrar las dos direcciones de una vida / hasta exprimir el último de los sentidos”. 

 “Alegoría de Madrid” nos presenta una ciudad derrotada, rendida, gastada de tanto vivir, una ciudad que ha ido perdiendo sus sueños, “eterno puerto sin mar con olas de piedra / que empujan náufragos contra las glorietas”. Este existencialismo es también vital, pero el desencanto no puede llegar a la parte más íntima, aquella que permanece incólume, pues su refugio es la escritura. 

Escribir poesía, escribir siempre, es una forma de llegar a lo que no se puede explicar, y sin embargo existe: “Así se escribe un poema, / con aquello perdido / porque no está escrito”. Escribir es también la manera de estar en el mundo que tiene el poeta: “He tomado / por costumbre / la inútil tarea de escribirme”. En esta obra de Crespo podemos encontrar también hermosos poemas de amor, llenos de intensidad, para dar calor a ese paisaje frío y desolado de la ciudad. “Si te pierdes en Kamchatka” es uno de ellos. 

 “De recuerdos y existencias” es el título de la segunda sección de esta obra. Comienza con la fotografía de un banco solitario en el parque, rodeado de las hojas caídas del otoño. La imagen funciona como una puerta perfecta para abrirse a esta sección y a la soledad del poeta, una soledad creativa que desea compartir con los lectores. (“Contemplación de la soledad”). 

 La poesía aparece siempre mostrando otras realidades que subyacen bajo la aparente realidad, y el poeta lo sabe: “La puerta que no abren / los sentidos, / la derriba la poesía”.  Es un destino irremediable ser poeta. La poesía no se escribe, simplemente, sucede. Es una forma inevitable de mirar alrededor. Además, nos dice Crespo, a los versos no hay que tenerles miedo: “los poemas no son como las personas”. 

 La nostalgia es también un estado inevitable, un estado que nos impide estar plenamente en el presente, porque el poeta siempre mira más allá, y comprende que los momentos presentes se convertirán en “los restos de un naufragio / que llamamos recuerdo” (“Batallas perdidas”). 

 Al fin y al cabo, la vida del poeta gira alrededor de las palabras, con las que trata de reflejar una realidad propia, con las que construye nuevas realidades. La palabra tiene un poder terapéutico, de perfecto refugio, y también hipnótico, es creadora de vida, aunque no lo puede todo: “Me dieron las palabras, / pero nadie me advirtió del dolor que causa / decir adiós”.

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