Volver al origen, por Isabel Marina

Volver al origen
(o el argayu que nos define)


                                                                                                                Isabel Marina 



 BERTA PIÑÁN 
Argayu / Derrumbe 
Bartleby Editores 

 Antes de que todo lo vivido sea historia, y los lugares humildes, ancestrales, sean olvidados, debemos recordar nuestro nombre primigenio, aquel que nos dieron nuestros antepasados. Esa parece ser la motivación del último y hermoso libro de poemas de Berta Piñán (Caño, Cangas de Onís, 1963). No es casualidad que el título del libro, Argayu, sea una de las pocas palabras que se utilizan mayoritariamente en nuestra comunidad solo en asturiano, prescindiendo de su traducción, y sea entendida por todos. Es una de esas palabras ancestrales, palabras que, como la poesía, hacen salir a la luz lo que está oculto, y sin embargo existe y es definitorio, identidad, origen: 

 “¿Quién va a llevarte ahora de vuelta a casa, 
dime?, 
ahora que estás tan lejos,
ahora que te sientes perdido y no sabes, 
ahora que ya han cubierto los caminos, 
las zarzas, las ortigas, 
quién”. 

 Para comprenderse es imprescindible encontrar el camino de vuelta, dejar de estar instalados en un futuro que aún no existe. Esta es la idea que destaca en el primer y extenso poema que abre el libro: “Xeneraciones / Generaciones”. El argayu o derrumbe es la metáfora de la vida humana, de todos nosotros, que crecemos y evolucionamos hacia el fin: 

 “tierra en movimiento 
ríos desviados de su cauce 
barro amasado antes de nacer 
piedra suelta 
un cuerpo 
derrumbe 
somos”. 

 El simbólico poema “Cumpleaños” recrea con un lenguaje directo, sencillo y emotivo, el momento actual de la poeta, describiendo un paisaje donde cada recuerdo del pasado le lleva a comprender las cosas importantes de la vida. Se refiere a las palabras de su abuela que forman parte de su enseñanza: 

 “La abuela decía que estamos aquí 
de prestado, 
todas las abuelas lo dicen”. 

 Aparece el poder salvífico y balsámico de la escritura, una ruta paralela que “sutura los huesos rotos”. También aparece, en el poema “Cosas” el poder de las rutinas necesarias, que a su manera nos salvan: 

 “Vamos a hacer cosas que sean 
a un tiempo 
generosas y pequeñas: 
recoger leña, 
preparar un buen plato de comida, 
encender el fuego”. 

 La observación del mundo y lo pequeño nos inquiere y desata en nosotros las preguntas. Esta reflexión resulta toda una lección de poesía, como la que ofrece la visión de algo tan diminuto como la hilera de hormigas que acarrean restos de comida (“Lección de poesía”). 

 La reflexión, desde la madurez vital de la poeta, alumbra verdades, confiere humildad, hace que la autora se sitúe también en lo pequeño ante la inmensidad del mundo, el paisaje que observa desde su ventana: “Nada de esto es mío, pienso, nada me pertenece. Qué barbaridad la vida, ¿no?”. 

 La poeta habla sobre sus orígenes y los orígenes de su escritura, que se remontan a la infancia, a la necesidad de expresar todo lo que estaba viviendo: “Quiero escribir todo esto, pensé: la belleza, el dolor, la luna”, nos dice. 

 Regresar a los orígenes implica reconocer las generaciones de mujeres que han precedido a la poeta, mujeres esforzadas que no tuvieron tiempo para afirmar la propia identidad: 

 “Nacimos de mujeres
estériles, 
mujeres que trabajaban 
al amanecer 
y se acostaban las últimas”. 

 La reflexión, desde la humildad y el despojamiento, le hace exclamar: “Nada ha de pasar aquí que non haya una y mil veces sucedido”. 

 Comprendemos al leer este bello libro que todo lo que nos define, todo lo importante, viene de ese argayu, de ese derrumbe, que llevamos dentro.

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